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Montse Santolino, periodista y activista social y Emilià Almodóvar, cura obrero

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Todo ha cambiado y nos tenemos que adaptar, pero los problemas de los barrios son los de siempre”

Por: Marc Andreu Acebal
Fotos: Jordi Esplugas

Entre Johan Cruyff y Camarón de la Isla, que son algunos de los rostros que, en forma de murales, decoran las medianeras de los bloques del barrio de la Florida, la periodista y activista social Montse Santolino (L’Hospitalet de Llobregat, 1967) y el cura obrero Emilià Almodóvar (Villarta de San Juan, Ciudad Real, 1957) no dudan en escoger al cantante flamenco como fondo de la sesión fotográfica que precede esta entrevista. La hacemos dentro del local de la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Florida, que ellos han contribuido a mantener viva y activa, aunque le pese a la administración municipal clientelar o a los modernos mercaderes del templo, en una sociedad en la que el neoliberalismo y el individualismo han dejado el terreno preparado para los nuevos fascismos. Fascismos que no pasarán, porque son incompatibles con la vocación comunitaria y liberadora de la palabra de Dios que Emilià y Montse —él catequista de ella; ella activista con él— son capaces de aterrizar a nivel social y de barrio. Esto ya pasaba en la Iglesia de hace muchos años, pero ahora, en tiempos de crisis tanto de vocaciones como de militantes como del movimiento vecinal, quizá es más difícil de ver. O quizá no, y justamente ahí reside la esperanza.

Montse Santolino (MS). Yo soy hija del barrio y él un cura obrero, ya jubilado, a quien nos ha gustado y nos ha removido mucho, igual que a mucha gente, esto de volver a los barrios.

Emilià Almodóvar (EA). Cuando, un par de años antes de mi ordenación, vine de seminarista a la parroquia de la Florida, ella ya estaba allí. Estaba en un grupo de la parroquia. Así nos conocimos y después, con el tiempo, hemos mantenido la relación. Ella me iba diciendo: “Oye, ¿tú qué haces por los barrios? Aquí tenemos una problemática inmensa y nos faltan manos, ¿por qué no vienes?”. Y en 2017 volví.

MS. Yo hice la catequesis en el Centro Social La Florida, que impulsó el nacimiento de la Asociación de Vecinos y que fue epicentro de toda la actividad política antifranquista en L’Hospitalet. De aquella época, ya hacia el final de la transición, conservo libros salvados de la biblioteca del Centro Social sobre comunismo e Iglesia. A mi primera manifestación, en contra de la OTAN, me llevó la gente de la parroquia y de la JOC. Todo esto es parte de mi formación política entre mucha gente joven y al lado de un cura obrero como Emilià. Luego él desapareció y se fue a hacer cosas hippies por el mundo. Pero cuando se lo pedí, volvió para ayudar a recuperar la AVV en la estela del 15-M.

EA. Hicimos un trabajo muy bonito con la gente del 15-M en el barrio, reuniendo a vecinas y vecinos en asambleas de hasta setenta personas. La cuestión es que, una vez recuperada la asociación, no podíamos hacer lo mismo que se estaba haciendo y que, en definitiva, ha llevado a muchas asociaciones de vecinos a una dependencia clientelar del ayuntamiento de turno.

MS. Superamos esta posibilidad fortaleciéndonos con motivo de un Plan Integral que nos enfrentó al ayuntamiento y que nos obligó a no depender económicamente de él, no pidiendo subvenciones y tratando de ser autosuficientes a partir de una red comunitaria. Con dificultades y aciertos, ahora estamos llegando a personas a quienes habitualmente la administración pública no llega y a quienes no se tiene en cuenta porque no votan. Y eso es lo que nos habíamos propuesto. Con luchas tan simples como evitar que cierren fuentes públicas donde hay quien va a buscar agua porque se la han cortado en casa.

EA. No hay nada perfecto y, como entidad, la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Florida es pequeña, pero su potencial comunitario es muy significativo para el barrio.

Generar esta dinámica comunitaria, en un contexto muy diferente del de los orígenes del movimiento vecinal hace medio siglo… ¿es más difícil hoy?

EA. Infinitamente más difícil. Está claro que todo ha cambiado y que debemos adaptarnos a la realidad. Pero yo tengo un informe de Cáritas de 1966 en el que los problemas que describe del barrio, salvo la falta de alumbrado y de urbanización de las calles, son más o menos los mismos. Quienes hoy ya son abuelos y abuelas y tienen un gran sentimiento de propiedad porque han visto crecer el barrio de la nada mitifican un sentimiento de comunidad homogénea que no era tal, porque ya tenían rifirrafes entre ellos, pero que contraponen a la gran diversidad de orígenes que hay hoy. Hace cincuenta años, como ahora, ya había muchos problemas y prejuicios, aunque es cierto que socialmente había más cohesión.

MS. La gente se reunía y se ayudaba más porque tenían unas condiciones muy precarias y unas necesidades muy primarias: no tenían luz ni dónde tirar la basura, necesitaban una escuela pública que no existía, un médico que viniera… También es verdad que, a pesar de que la Florida fue un núcleo fuerte de la JOC y de mucha movilización, quizá hemos idealizado demasiado aquellos tiempos y tampoco estaba todo el mundo movilizado. Mi padre era de esos: venía de la fábrica, veía a los grises a caballo y corría hacia casa. Me decía siempre que no me significara y, obviamente, le salió mal. Pero se movilizó para que yo pudiera ir a una escuela pública que no existía y por muchas necesidades concretas. Ahora, a pesar de tener escuelas y médicos, los datos objetivos siguen señalando la Florida como uno de los barrios más densos y empobrecidos de Cataluña y de la Unión Europea. La pobreza y la diversidad de orígenes van unidas. Aquí hay miles de personas de origen extranjero y son la mayoría de la población. Mucho más que el 55% que dicen los datos oficiales, porque hay muchos vecinos y vecinas sin empadronar. Lo ves por la calle y en las escuelas, todas de máxima complejidad, donde el 90% de la matrícula son hijos de inmigrantes.

EA. Las condiciones para trabajar y generar cohesión social son infinitamente más complicadas ahora que antes, y aquí más que en otros barrios. Si ya es difícil cohesionar a toda esta comunidad migrada tan diversa, también lo es que la comunidad catalana y española de origen, conviva con ella.

MS. Esto se ve en los bares: los hay de blancos y otros de gente de colores. Se ve también en los parques y en los bancos: en unos se sientan las familias migrantes y en otros las familias blancas. Ahora nos hemos dado cuenta de que en Cataluña somos ocho millones, pero resulta que en este barrio ya hace veinticinco años que vivimos un gran reemplazo de población. Trabajar con personas de orígenes tan diversos, establecer vínculos, generar comunidad y confianza con ellas y entre ellas, es infinitamente complicado. Pero hay cosas que se parecen a las de la inmigración de los años sesenta y setenta: son personas que necesitan resolver cosas tan prácticas como encontrar una escuela donde dejar a los niños o llenar la nevera. Durante la covid fue brutal: tuvimos que montar una red para dar comida porque emergió una pobreza espectacular, con centenares de personas que estaban fuera del radar de los Servicios Sociales.

EA. Tanta precariedad, miseria y diversidad hace que sea, efectivamente, mucho más complicado tejer red. Hay mucha gente que no tiene ni idea de qué es una asociación de vecinos. Pero es que, para tener conciencia de vecindad, has de tener unos mínimos que mucha gente no tiene, porque hay quienes solo tienen conciencia de supervivencia.

Queda claro que el mapa sociodemográfico es diferente y el momento histórico, también. ¿Cómo influye que el momento sociopolítico y el momento de la Iglesia sean también distintos a los de hace cincuenta años? Porque la Iglesia se arraigaba en los barrios, el movimiento obrero llevaba a la gente al movimiento vecinal, los partidos de izquierdas también ayudaban…

EA. En el ámbito de Iglesia todo está lleno de grietas y el Arzobispado de Barcelona, como otros, no tiene criterio pastoral a la hora de hacer sus nombramientos. Yo aún he tenido la suerte de vivir en Cornellà con un equipo de presbíteros que han configurado una comunidad que convive habitualmente a la hora de las comidas y bajo el mismo techo, y eso crea un humus que es imposible forjar de otra manera. Nadie tenía su parroquia en exclusiva, sino que jugábamos a interrelacionarnos según las especialidades. Yo he podido ser cura de una parroquia en el barrio de Almeda, consiliario de la JOC y del MIJAC y trabajador en una fundación. Y todo eso podía hacerlo a la vez porque, si era necesario, la misa del domingo de mi parroquia la decía un compañero u otro.

MS. Ahora, en cambio, todo funciona diferente. En la Florida hemos pasado de tener el cura de siempre, Pepe Murillo, que animaba manifestaciones y, si era necesario, iba a sacar jóvenes de la comisaría de Via Laietana, a unos sucesores que, sea aquí o en Can Vidalet, son los curas más conservadores del mundo. Nos han arrancado de golpe nuestra memoria de parroquia obrera y han suprimido la democracia que significaba el consejo parroquial. Si en los años setenta hacía falta batallar contra la religiosidad a veces demasiado folclórica de los inmigrantes andaluces, ahora tenemos la espiritualidad exagerada y el ritualismo de las familias inmigrantes latinoamericanas. Y quienes gestionan todo esto ya no son curas obreros, de la JOC, de la ACO o del Prado, ni seminaristas con ganas de respetar esta memoria, sino presbíteros de las órdenes religiosas más conservadoras del mundo, como la Hermandad de los Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, formados en el seminario de Toledo, referencia para la Iglesia más ultra y que se orientan a competir con los evangélicos.

EA. Cuando hablamos entre curas y te preguntan «¿cuántas almas tienes en tu parroquia?», yo podría responder que 45.000. Pero no es cierto, porque 45.000 deben de ser los habitantes del barrio, pero la gente que va a la parroquia es mucha menos. Y hay quienes se conforman con tener la parroquia llena durante las misas. Hasta que no cambiemos ese chip no resolveremos un problema que hemos creado nosotros mismos: estamos en una Iglesia de minorías. Si llenamos una parroquia como hacen los evangélicos no significa que estemos dedicándonos a las personas que lo necesitan y que quizá no vienen. Ya no se hace la tarea de misión, de salir fuera, que es la razón de ser de los curas obreros, para acercar la Iglesia a la clase trabajadora. Los curas del Prado hemos quedado reducidos en Barcelona a dos grupos, con ocho o nueve miembros en cada uno, y algunas son personas reconocidas y valoradas, pero ya muy mayores. No tenemos relevo. Y, por otra parte, son las mujeres quienes sostienen las comunidades.

MS. Hay que ordenar mujeres, ya. Ellas, efectivamente, son quienes sostienen las comunidades.

¿La ACO, la JOC o el MIJAC ya no hacen, en barrios como el vuestro, la función de iniciar en la fe a gente joven de clase trabajadora?

EA. He aquí el gran problema. En su momento, el MIJAC tuvo que competir con los esplais profesionalizados de Fundesplai, y algunos monitores voluntarios, con toda la honestidad de lo que significa tener que hacer protagonistas a los chicos y chicas, empezaron a tener trabajo como animadores y muchas responsabilidades…

MS. A mí me cuesta entender estas dificultades actuales de la juventud. Mientras hacía la tesis doctoral ya trabajaba, vivía con mis padres y también estaba en el MIJAC y en la JOC, y salía de fiesta. Pero ahora parece que no se pueden hacer tantas cosas a la vez. La juventud es completamente diferente. Y esto no afecta solo a los jóvenes de parroquia o de barrio; es un cambio generacional brutal. También para los partidos políticos, para los sindicatos, para los movimientos sociales y para las ONG. Ya no existe aquel sentimiento de compromiso social tan enorme ni ningún horizonte; todo es más fluido. Ahora el horizonte es que el mundo se va a la mierda: la precariedad vital, la precariedad emocional, la precariedad laboral, los precios de los pisos… La gente necesita respuestas y seguridades, soluciones, y por ahora parece como si solo las aportara la extrema derecha. Debemos adaptarnos a otra realidad, a otro barrio, a otro mundo. No podemos seguir haciendo lo mismo, a menos que queramos reforzar la Iglesia de extrema derecha.

Pero no todos los jóvenes abrazan acríticamente la extrema derecha.

MS. Efectivamente, se está haciendo una lectura apocalíptica de los jóvenes como extrema derecha, y es mentira. Hay muchos jóvenes guays, bien educados y con criterio, que hacen cosas…, pero no las hacen como las hacíamos antes. Mi experiencia en el Tercer Sector y en las ONG es que todo el mundo va loco buscando voluntarios, porque no se apunta gente, no conseguimos una renovación de nuestras bases sociales. Tenemos instituciones, entidades, estructuras y lenguajes que son viejos, que no resultan atractivos para la gente joven. Si hablas con gente de la campaña del 0,7% o del 15-M, para quienes aquello representó su entrada en el mundo político, todos coinciden en decir que eso ahora es irrepetible, porque el mundo es otro. Tenemos que confiar más en la gente joven y dejarles paso. Pero que hagan algo. Porque la extrema derecha sí que ha hecho un gran ejercicio de adaptarse a los tiempos y su mensaje está llegando a las criaturas a partir de los doce años, en cuanto tienen móvil. Por whatsapp, con memes, de forma sencilla, rápida y divertida han entrado a saco. Y nosotros no hemos sabido hacerlo. Es verdad que la extrema derecha tiene recursos, gente y todo lo que queráis, pero lo han hecho fácil, han bajado el nivel, han sabido adaptarse y nosotros no. Pero no digo que hayamos perdido a los jóvenes; eso sería contrarrevolucionario. Todavía hay esperanza.

EA. Quizá tenemos que volver a leer el Evangelio y saber lo que decía Jesús: “Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, yo ya estoy allí”. Las primeras misas se hacían en los ríos, donde se reunía la gente diseminada, y eran cuatro recogidos. Yo lo interpreto como un mensaje claro: debemos volver a los desgraciados. Y debemos considerarnos parte del colectivo de los desgraciados porque, si no, hacemos como el rico, que habla de los pobres, pero él no se considera uno de ellos. O llegamos a la convicción de que también somos pobres –porque, ante Dios, todas las personas estamos al mismo nivel– y compartimos desde esta realidad de la pobreza la riqueza que significa relacionarnos con Dios, o nos perderemos por el camino.

MS. Yo la salida, la esperanza, la veo por aquí. Y no por contarnos cuánta gente somos en una parroquia o en una reunión de grupo, sino por valorar la calidad del encuentro. Debemos incidir en nuestro entorno y encontrar la manera de dar herramientas a la gente y, después, otorgarle protagonismo.

EA. No podemos conformarnos con dar el pez, sino que debemos dar la caña y enseñar a pescar para que la gente pueda salir adelante por sí sola. Debemos ser capaces de llegar a la transformación de las estructuras. En el Nuevo Testamento hay profetas de todos los estilos. Y también los hay que son toscos, como el que se caga en el templo y los que denuncian a los mercaderes… Quizá ya va siendo hora de que, de vez en cuando, en ACO o en la Iglesia salgamos con algún exabrupto. Y no por el exabrupto en sí, sino porque ese exabrupto estará denunciando una realidad cruda de las que vivimos: el precio de las viviendas, los sueldos que no llegan a final de mes, las mujeres que sufren para salir adelante y, en definitiva, la realidad de estos barrios nuestros.

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